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El derecho de la infancia a ser escuchada

Marta Lamote, pedagoga y directora del centro Lo Goleró, de la Fundación Astros, nos comparte este artículo de opinión con motivo del Día Internacional de los Derechos de los Niños:

marta lamote

El 20 de noviembre celebramos el Día Universal de la Infancia y se conmemoran los aniversarios de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos de la Infancia (1959) y la aprobación de la Convención de los Derechos de la Infancia (1989). Esta Convención, la más universal de los tratados internacionales, establece una serie de derechos para la infancia, incluidos los relativos a la vida, la salud y la educación, el derecho a jugar, a la vida familiar, a la protección frente a la violencia y la discriminación, y a que se escuchen sus opiniones.

Este 2020, quizás uno de los años que hoy por hoy más marcarán el siglo XXI, hemos querido hacer incidencia en uno de los derechos que más ha quedado vulnerado ante la crisis sanitaria que se desarrolló en el mes de marzo. Es así como en el artículo 12 de la Convención sobre los derechos de la infancia se dicta: “Niños y adolescentes tenéis derecho a expresar vuestras opiniones y a hacer que sean tenidas en cuenta, especialmente en cuanto a los asuntos que os afectan”.

Todos nosotros, adultos, niños, adolescentes, personas mayores hemos visto cómo se han parado nuestras vidas y nos hemos tenido que adaptar a una serie de normas y decretos impuestos de la noche al día. Escuela, relaciones sociales, ocio, asuntos que afectan a niños y adolescentes han sido tratados sin adjuntar su opinión, han permanecido silenciados. No hemos sentido su voz, no hemos dado voz a todos y todas aquellas, niños y adolescentes que seguramente tenían propuestas diferentes, maneras de actuar varias dentro de un mundo ahora de cuatro paredes. ¿Dónde quedaban su derecho a jugar, a las relaciones sociales, su derecho a ser escuchados y escuchadas?

Para la infancia, estar cerrada 24 horas en casa puede llegar a ser perjudicial, tanto física como psicológicamente. Se consideró que los perros sí necesitaban salir, debían mantener sus hábitos, desde el primer momento que lo hicieron. Pero hicieron falta seis semanas para que la infancia lo pudiera hacer. Niños y adolescentes no han podido tener voz a la hora de poder mantener los hábitos como el movimiento, sea de deporte o paseo, el juego, la educación presencial, las relaciones sociales. Nadie les preguntó cómo poder mantener estos hábitos bajo estrictas normas de confinamiento.

¿Qué mecanismo o recurso nos garantiza que se ha escuchado la opinión de la infancia y adolescencia en relación con sus intereses y su estado emocional, en relación con su entorno familiar, escolar, de tiempo libre, de relaciones sociales? Recibir una educación que fomente la solidaridad, la amistad y la justicia entre todos, también es un derecho de la infancia. Muchos adolescentes de 16 a 18 años y también personas jóvenes universitarias, han visto como sus trayectorias profesionales (el primer trabajo remunerado, la formación y los programas profesionales o las prácticas académicas), han sido canceladas, eliminadas, aplazadas convirtiéndose en uno de los colectivos más afectados en esta época de crisis.

Los medios de comunicación no han hecho valer el esfuerzo de muchas asociaciones juveniles que desde los valores de la solidaridad y la justicia trabajan con las personas de sus barrios y ciudades. Esta juventud que no ha querido quedarse de brazos juntos ha ofrecido ayuda voluntaria de tipo asistencial, psicológica y social a familias y personas que más lo han necesitado, se han organizado bajo los valores que han desarrollado de una educación que los promueve, pero no han tenido voz, no se les ha escuchado.

La solidaridad, la justicia son valores que prevalecen en la educación que niños y adolescentes reciben, y estos valores no los han podido desplegar, realizar, en unos momentos donde la ayuda era imprescindible y donde muchos hubieran podido aportar, como personas ciudadanas que son, su granito de arena.

Niños y adolescentes han visto como sus actividades sociales y de ocio han desaparecido extinguiendo unas relaciones que han pasado a convertirse en virtuales y desde la distancia. Las medidas de confinamiento paralizaron de golpe el ocio educativo, y éste, como herramienta pedagógica y de formación en valores desapareció tras una pantalla, tras una puerta. No les vamos a ofrecer un altavoz para poder proponer medidas más adecuadas para evitar una ruptura tan brutal de su desarrollo integral. Valoradamos propuestas y proyectos para hacer partícipes a la infancia y adolescencia, pero no hemos incorporado su mirada en los protocolos de actuación ante la crisis de la COVID-19. En un contexto como el actual, donde la vulnerabilidad se vuelve más evidente, les negamos la voz.

Los derechos de la infancia y la adolescencia deben estar en primera línea, cada día, trabajar y proporcionar todos los recursos para que se cumplan y los hagamos valer. Pero en momentos donde la sociedad sufre unos cambios tan drásticos, aún más es cuando tenemos que hacer valer estos derechos, porque son niños, son adolescentes, tienen voz y tienen mucho que decir.