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El síndrome de la calle

Los y las jóvenes que atendemos en los centros residenciales, desgraciadamente, han sufrido situaciones muy negativas que les han marcado, los marcan y los marcarán por el resto de su vida.
A las educadoras y educadores nos toca hacer aflorar y canalizar las potencialidades que de pronto tienen y mostrarles alternativas acompañándolos. Además de ofrecerles, en el día a día, herramientas y recursos para que puedan mejorar en las relaciones y actitudes.
Esta no es una tarea fácil ni mucho menos, al contrario; casi todo nos va en contra. Contamos con pocos recursos y las trabas y dificultades las tenemos que ir sorteando con imaginación, saber hacer y una gran dosis de optimismo.

Todas las personas que estamos implicadas en el acompañamiento y gestión de los diferentes chicos y chicas, buscamos a través de los diferentes trastornos que han sufrido o sufren respuestas intentando entender sus acciones y comportamientos. A todos y todas nos viene a la cabeza la falta de herramientas para relacionarse, la desorganización afectiva, el trastorno del vínculo, etc. y como consecuencia a menudo para aislarse y no sentirse vacíos, recurren al consumo abusivo de tabaco, alcohol y otros tipos de drogas. Este hecho viene determinado por la falta de relaciones sanas y maestría que han sufrido en determinados momentos de su vida. Pero hay desórdenes que aunque existen y son muy importantes podríamos decir que son invisibles.
Un síndrome es un conjunto de fenómenos que concurren en tiempo y forma los unos con los otros y caracterizan una determinada situación.
Partiendo de esta definición quiero añadir un trastorno que estos días de confinamiento está tomando protagonismo de una manera muy relevante. Es el síndrome de la calle.

La calle es un lugar de tránsito, un lugar de paso, lo utilizamos para ir de un lado a otro, no quedamos, no nos quedamos pasando el rato. Esto es así menos en la adolescencia. En general los y las jóvenes lo convierten en un lugar de estancia. Este hecho se ve incrementado de manera exponencial en los grupos de jóvenes que atendemos.
Nuestros chicos y chicas son consumidores de calle, lo necesitan, es su válvula de escape, es donde pueden dar salida a muchas de sus idealizaciones, es donde se sienten libres y donde creen que conseguirán todo lo que se imaginan. La cuestión es de dónde sale esta necesidad de consumir calle, de estar fuera.
La mayoría han sido víctimas en las cuatro paredes del domicilio familiar. Es en este espacio donde han experimentado las situaciones que han derivado en la separación y posterior ingreso en un servicio residencial. Desde esta perspectiva creo que se debe analizar la necesidad de estar en la calle. Seguramente de manera inconsciente en la mayoría de casos, el hecho de estar en un lugar cerrado les pega el automático, el nudo en el estómago se hace grande y deben buscar mecanismos para apaciguarlo. La salida fácil, es la calle.
En los últimos años hemos vivido otro tipo de necesidad de estar en la calle que es la derivada de la cultura. Los jóvenes extranjeros no acompañados del norte de África están acostumbrados a hacer vida en la calle, es donde se desarrollan todo el batiroso de actividades, relaciones y en muchos casos el trabajo. Por lo tanto estos jóvenes ya son consumidores de calle desde el origen.
Con el confinamiento obligado por la situación y que debemos cumplir lo más cuidadosamente posible, se ha cerrado una de las válvulas de distensión más importantes que nuestras chicas y chicos utilizan para canalizar su estado.
Creo que es importante tener presente esta situación para poder afrontar el cierre en los servicios y buscar alternativas que promuevan esta distensión y les den alternativas al síndrome de la calle.

Santi Roura Teixidor
Director del CRAE Les Llúdrigues